Acto primero, escena primera: intentando entender cómo es posible que un gobierno progresista pusiera en práctica medidas como las recientemente implantadas en el terreno laboral, me da por pasear por el entorno web del psoe (desde luego las minúsculas son premeditadas). Y en alguna parte aparece un enlace a creaprogreso.es, un dominio dedicado por los chicos más listos de la clase a recoger nuestras opiniones y meterlas en sus programas electorales. Bueno, más o menos. La verdad es que el nivel es de pena, a veces cercano al patio de un manicomio.
En fin, por atajar, entre un montón de sugerencias de la chusma (o sea nosotros) dedicadas a reciclar los chicles o poner trabajos forzados a los parados (y así les subimos la autoestima, ¡que buena idea!), por parte del partido parece contestar "un tal Blázquez" (que diría Arzalluz), exactamente D. José María Blázquez Pérez. Parece ser el portavoz del partido, o al menos tener poder para, en un entorno del partido (el dominio creaprogreso.es) decidir si se publica o no un comentario ("A pesar de lo absurdo e inútil de tu intervención, como ves se te ha publicado...").
Al principio no le di mayor importancia, aunque me llamaba la atención que el populacho propone en letras de color negro sus ideas (por ejemplo monarquía o república) y nuestro amigo responde en letras de color azul (¿será una casualidad?, nosotros en negro, él en azul...¿regio?). Pero ante la propuesta de debatir la forma de gobierno de españa (nuevamente las minúsculas...) el ilustrado "respondedor" se explaya con una perorata sumamente interesante. Seguimos el comentario en la siguiente entrada, pero ruego lectura muuuuuy paciente y tolerante de la opinión/dictamen/tesis-doctoral de D. José María, hasta el fondo, sobre todo de la última frase, no se la pierdan.
Consulta/propuesta/cuestión:
"En nuestra sociedad actual hay una pregunta que mucha gente se hace (sobre todo generaciones jovenes) y que muchos políticos no se atreven a tratar:
¿Creeis que sería factible la instauración de una República y la supresión de la monarquía?
... opinad ..."
Respuesta de D. José María:
"Evidentemente sí sería factible, no instaurar -porque la historia de España ya ha vivido dos experiencias republicanas- sino restaurar o reinstaurar una república como forma política del Estado español. La Constitución española, como sabemos, posibilita la reforma que planteas en su artículo 168, condicionada a su ratificación mediante referéndum, de manera que serían los ciudadanos los que, en último término, decidirían acerca de la cuestión. No estamos, obviamente, ante la premisa, ilusoria y artificial, de permanencia e inalterabilidad por naturaleza propia de los Principios del Movimiento Nacional franquista, que estableciera la Ley de 17 de mayo de 1958. Pero, siguiendo la máxima de Ortega y Gasset de hacer pedagogía social como si se tratara de un programa político, querría reflexionar sobre esta cuestión porque me parece importante evitar la simplicidad y la superficialidad acerca de la misma.
Siempre es comprensible la inquietud de antipatía, no sólo ante la institución monárquica, sino ante todas las formas de poder institucionalizado. En realidad, ello responde al modelo de pensamiento actual, basado en el ideal de la modernidad, que siempre ha descansado en la tensión entre eficacia y legitimidad. Esa es la clave que explica la Edad Moderna como periodificación histórica que abarca desde mediados del siglo XV hasta finales del siglo XVIII, y el surgimiento del ideal del racionalismo, del cientifismo y de la uniformidad, en definitiva de una organización racional de la vida social. Pensadores como Habermas han argüido que la fe en la tradición, que es un elemento esencial a la institución monárquica, proporciona a los individuos identidades claramente definidas y de seguridad existencial. El hombre moderno pretende saber desde sí mismo, no desde el ser social, por eso es lógico un comportamiento de rechazo ante las instituciones que son, antes de nada, instrumentos socializantes. Ortega y Gasset hablaba de la cultura adámica de España, una cultura sin ayer, sin progresión y sin seguridad, una especie de cultura un tanto salvaje, en permanente lucha con lo elemental, una cultura de la indocilidad, cuyo bálsamo puede dárselo instituciones con fondo histórico-tradicional, como la monarquía. Por eso quería dejar constancia de unas reflexiones, a propósito de la cuestión que has suscitado, sin intención de agotarla por obvias razones.
1. Desde el primer rey Godo, Alarico I, que reinó desde el año 395 al 415, hasta la actualidad, España siempre se ha regido por la institución monárquica. Los únicos paréntesis republicanos han sido los del Sexenio Revolucionario en el siglo XIX y la Segunda República en el siglo XX. La etapa de la dictadura franquista, si bien no tuvo rey reinante, desde el punto de vista de su legalidad orgánica, como sabemos, se declaraba, de acuerdo con la tradición, un reino (Ley de 26 de julio de 1947, Ley Orgánica del Estado de 1967), algo evidentemente esperpéntico y completamente absurdo, que trataba de fijar un modelo político reconocible para una dictadura fascista surgida de un alzamiento militar ilegal e ilegítimo.
2. La cuestión monárquica no es, hoy por hoy, algo problemático en España. Los Barómetros de Opinión del Centro de Investigaciones Sociológicas así lo ponen de manifiesto. Prospecciones de otras entidades, como la Fundación Toledo, realizadas por Metroscopia en 2007, coinciden en que la opinión pública mayoritaria no cuestiona la monarquía ni la figura del rey. Si no es un problema ¿qué necesidad hay de resolverlo?. Empeñarnos, por puro capricho idealista, en una aventura reformista para cambiar el modelo de la Jefatura del Estado creo que no conduce a ninguna parte, mucho menos en una situación tan delicada como la actual. En política hay que tener siempre sentido de la responsabilidad histórica y, sobre todo, sensatez a la hora de valorar las prioridades sobre la base de criterios sólidos de oportunidad y necesidad. No es bueno lanzarse a las reformas ciegamente, sin tener en cuenta el ritmo histórico que cada sociedad y cada pais posee como propios, como no es sensato pretender reformas sin valorar las ventajas y los inconvenientes. Como decía Maquiavelo: la política es el arte de lo posible. Es decir, hay que tener visión de Estado, que es la propia del político con mayúsculas, no la del politiquillo oportunista y electorero.
3. Una de las virtualidades que posee la institución monárquica es su carácter carismático y su neutralidad política. Lo propio de la monarquía es que no puede ser cuestionada por nadie y nadie puede hacer de ella una bandería sectaria. Por eso es una fórmula institucional que permite la integración de todas las tendencias. Yo pienso que esas cualidades no son una debilidad sino una fortaleza que hace más fácil lograr la estabilidad política para el pais. La institución republicana carece de esta ventaja por su extracción electiva y por estar sujeta a los vaivenes temporales. No digo que la república sea mala, lo que intento explicar es que, para las circunstancias socio-políticas particulares de España, es más conveniente para el interés general del país la monarquía que la república.
4. Ahora bien: ¿cualquier monarquía?. Obviamente no. Nuestra Constitución, como sabemos, ha optado por una monarquía parlamentaria. Es decir, un modelo en el que quien aprueba las leyes es el Parlamento democráticamente elegido por los ciudadanos y el rey únicamente las sanciona. Ese “únicamente” es muy importante porque descarta una monarquía antidemocrática de carácter absolutista o autoritario, que era el modelo monárquico franquista, en el que el quien hacía las veces de “regente” sainetesco -el general Franco- dictaba las leyes de acuerdo con la propuesta de las Cortes. La Constitución de 1978 se cuida muy mucho de este peligro e impone al rey la obligación de sancionar las leyes aprobadas -no propuestas- por las Cortes Generales, hasta tal punto que le fija un plazo de quince días para ello en su artículo 91.
5. Pero hay más. La limitación de poderes que nuestra Constitución impone al monarca, no sólo alcanza a impedirle que pueda aprobar las leyes, sino que alcanza a cualquiera de sus actos, que sólo tendrán validez si son refrendados por el Presidente del Gobierno o por los ministros competentes. Llamo la atención especialísimamente sobre el mecanismo del refrendo regio. El artículo 56,3 de la Constitución emplea la expresión “siempre” a la hora de referirse al refrendo de los actos del rey, sancionando expresamente que dichos actos regios “carecerán de validez sin dicho refrendo”.
6. Evidentemente, esta regulación limitativa de la institución monárquica, fraguada en el pacto constitucional de la Transición, obedece a la necesidad de impedir el designio del régimen franquista, de un monarca heredero de las esencias autocráticas y antidemocráticas de aquel régimen hominoso. Esa era la conditio sine qua non para que las fuerzas democráticas -y la comunidad internacional que seguía atentamente nuestro proceso político- aceptáramos la institución de la monarquía como forma de la Jefatura del Estado. Por eso, en el artículo 57,1 de la Constitución, se consideró al actual rey como el legítimo heredero de la dinastía histórica, no de la legitimidad del régimen franquista que lo había designado, arbitraria y esperpénticamente, como sucesor de un caudillo a mitad de camino entre un regente cantinflesco y un personaje de bodeville. Y por eso la Constitución recupera la figura del Príncipe de Asturias, orillando la de Principe de España propia del franquismo, vinculando a esta dignidad los títulos tradicionalmente ligados al sucesor de la Corona de España (art. 56,2), no al hipotético sucesor del régimen franquista.
7. En realidad estamos, por tanto, ante lo que Maurice Duverger ha descrito ampliamente en su obra “La Monarquía Republicana o cómo las democracias eligen a sus reyes” (hay traducción al castellano de la editorial Dopesa, 1994), es decir ante una auténtica república coronada. Y si la monarquía está reducida, constitucionalmente, a un papel carismático y simbólico, basado en la tradición histórica y en el resabio de todo el conjunto de elementos ceremoniales y protocolarios que la hacen tan atractiva, ¿por qué no sacarle partido si puede ser útil?. Fíjese, por ejemplo, en la Orden del Toisón de Oro, una de las más antiguas del mundo, o en la institución de los Premios Príncipe de Asturias y la proyección internacional que da a nuestro país, creo que nadie puede negar el valor integrador que poseen.
8. Plantear ahora “ex novo” la reinstauración de una república, cuando todavía no tenemos asentado sólidamente el Estado constitucional surgido en 1978, creo que traería más problemas que soluciones. Aparte del problema de la reforma constitucional, que se tendría que resolver con la armonización, no fácil, de diversas voluntades políticas, habría que resolver el problema carismático, es decir, encontrar a aquella persona, con prestigio acreditado y con autoridad moral socialmente aceptada por todos, que pudiera encarnar el papel de presidente de la república. Esto no se improvisa ni se logra fácilmente. Además, habría que encontrar una solución para la familia real, a no ser que se pretenda condenarlos al exilio, lo que traería problemas de indemnización para el Estado español. Y sentaríamos las bases para un nuevo conflicto en España, derivado de la abolición de la institución, que nunca podemos calibrar hacia dónde puede derivar. Creo que eso no sería bueno para el país.
9. Yo creo que, analizando en detalle la actividad de las personas que hoy sirven a la institución monárquica, ya durante más de 30 años, podemos estar razonablemente satisfechos. No se han inmiscuído en la política de ningún Gobierno, han sido discretos, siempre han cumplido con las tareas representativas e institucionales que se les han encomendado con dignidad y laboriosidad e incluso, con una edad ya avanzada y con problemas de salud, siguen trabajando al servicio de la institución, con todos los sacrificios personales y las renuncias inherentes a una función pública tan especial. Naturalmente, podemos cambiarlo todo y reinstaurar una república pero ¿merece la pena complicarse la vida?."